Por Elizabet Gutiérrez
Las
noticias falsas relacionadas con la salud constituyen un fenómeno muy extendido
en la sociedad de la intercomunicación que nos ha tocado vivir; no hay que
extrañarse por ello, las noticias falsas se producen sobre todo en aquellas
áreas de mayor interés para los ciudadanos, porque es ahí donde la manipulación
y la desinformación se convierten en excelentes herramientas para condicionar
la voluntad y la conducta de los individuos.
En
el caso de la Salud se añade, además, la necesidad de las personas por evitar
las enfermedades o de recuperar la salud perdida.
Aunque
se pueden detectar bulos sobre salud manifiestamente contrarios a las
evidencias palpables, -salvo, claro está,
para los creyentes de quienes propagan las falsedades-, lo cierto es que la
mayoría de los bulos se construyen a partir de observaciones o realidades
ciertas, las cuales se deforman y manipulan interesadamente para darles un
significado y repercusión distintos de lo que se obtuvo por parte de la fuente
original de la noticia o la información.
De
esta forma, por ejemplo, si el estudio afirma que la ginebra produce menos efectos
alérgicos que las demás bebidas alcohólicas de alta graduación, la
noticia se transforma en “El gin-tonic ayuda a combatir los efectos
de la alergia”.
Es
paradójico que en un mundo interconectado, la difusión de datos e informaciones
no facilite comprender la realidad, sino que la dificulta.
Esto
es porque el aumento del número de interconexiones implica que se reduce el
tiempo que tenemos para analizar la gran cantidad de información que nos cae
encima; esa reducción repercute en un aumento de la superficialidad del
eventual análisis, y con ello, el aumento de la posibilidad de que seamos
manipulados a través de la forma en que se nos presentan los mensajes.
Los
bulos de salud suelen difundirse de acuerdo con ciertos patrones fácilmente
detectables, lo cual no quiere decir que todas las noticias que se presentan
con este formato sean obligatoriamente falsas o tergiversadas, pero sí que
tienen muchas posibilidades de traer gato encerrado.
Para
defendernos de este riesgo, podemos plantearnos ciertas técnicas de contraste entre
lo que se nos dice y la realidad que ya conocemos; de esta forma podremos establecer
medidas que nos protejan, al menos en parte, de ser manipulados.
¿Cómo podemos detectar que
estamos ante un bulo de salud?
En
primer lugar, los bulos son noticias con un titular impactante.
Ejemplos:
“Guía
de la Dieta Paleo, un menú que puede salvar tu vida”, “Ser noctámbulo puede
matarte”, “Perder dinero acorta tu vida”.
En
segundo lugar, los bulos suelen presentarse con alusiones a estudios
que sustentan la noticia.
Generalmente
esos estudios son en realidad un solo estudio, puede que dos o tres, realizados
por instituciones que, muchas veces, están respaldadas por ciertos intereses
compatibles con su resultado.
No
es anecdótico que el estudio que da base a la noticia esté falseado, no haya
sido reconocido por la comunidad científica o se presente de forma tendenciosa
o parcial.
Un
ejemplo de este punto está en el caso Andrew Wakefield, de 1998. Wakefield
realizó un ensayo clínico en el que participaron 12 niños y relacionó la vacuna
triple vírica (sarampión, paperas y rubeola) con el autismo. Dos años más
tarde, el Colegio General Médico Británico afirmó que los métodos y las
conclusiones de ese estudio eran falsos; sin embargo, aún hoy día persisten los
defensores del mensaje de fondo: las
vacunas producen autismo.
Lo
cierto es que la alusión a los estudios, numerosos
o no, suele enmascarar una intención
legitimadora de la fuente de la información, atribuyéndole una credibilidad que
refuerce el mensaje ante un lector sin conocimientos previos, ni tiempo, ni
probablemente deseo de analizarlo a fondo.
Por
eso, la alusión a los estudios que justifican la noticia suele ir acompañada por
la alusión a expertos que la secundan
y, en ocasiones, la alusión a referentes
personales que nos cuentan lo bien que les está yendo desde que hicieron
caso a la noticia. Estos referentes pueden ser desde personas anónimas que nos
cuentan su historia a personajes famosos de reconocida popularidad, como
actores o figuras públicas.
En
tercer lugar, la mención de datos.
No
importa de qué datos se trate ni de la relevancia que tengan, es habitual que
aparezcan porcentajes, cantidades absolutas, referencias temporales. Números en
fin.
El
objetivo de la mención de datos es dar apariencia de una base científica del
contenido, para reforzar la legitimación emocional del punto anterior.
El
origen de los datos no tiene, en realidad mucha importancia, tampoco su relevancia
para el asunto ni su significación, muchas veces próxima a la tautología.
Por
ejemplo, podemos ver, en un artículo que dice que la inteligencia se hereda de la madre, como se afirma que entre un 45%
y un 55% de la inteligencia se hereda; lo cual introduce un elemento de
contradicción, ya que esos porcentajes indican que prácticamente la mitad de la
inteligencia no se hereda.
El
punto al que queremos llegar es que parece que la presentación del dato, el
número, el porcentaje, es lo importante para un bulo; lo demás, por ejemplo que
sea cierto o pertinente, es accesorio.
Por
último, y probablemente para evitar repercusiones legales, en el contenido de
la noticia se expondrán los peros, los condicionales y las objeciones de la
noticia.
Ese
es el momento de los “podría”, los “se
dice”, los “aparentemente”, etc.
Es
en este apartado donde se explica, por ejemplo, que en realidad no es que el tomate
cure el cáncer -que es lo que dice el titular-, sino que el
extracto de ciertos tipos de tomate correlacionan con menor incidencia de
cáncer en la población de un estudio realizado, sin que se haya podido probar que hay relación de causalidad.
O
que, después de afirmar que el alcohol hace más daño que la marihuana, la rotundidad del artículo descienda
algunos niveles en el contenido, donde se dice que los investigadores -de los estudios
analizados- creen que beber alcohol es probable que sea mucho más
dañino para la salud cerebral que el consumo de marihuana.
En
resumen, podemos estar ante un bulo si nos encontramos con:
1)
Un titular impactante.
2)
La legitimación del contenido
mediante una apelación emocional al prestigio de la fuente de la información o
de quien la difunde.
3)
La legitimación del contenido mediante
la exposición de cifras y datos aparentemente objetivos, pero contradictorios o
irrelevantes con el mensaje, o contradictorios entre sí .
4)
Y la suavización de las
conclusiones con matices que reducen la contundencia del titular e introducen recursos
lingüísticos como el tiempo condicional, las alusiones a la posibilidad o
probabilidad de que algo suceda y la aparición del verbo mágico “creer”.
Los
bulos en asuntos de salud son peligrosos; analizar las noticias de salud con
seriedad y calma, y consultar con profesionales médicos de confianza antes de
tomar decisiones es una medida inteligente.
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