Dra. Ana Luna Espaillat
Terapeuta Familiar y de Pareja
Terapeuta Sexual y Marital
(809)381-0646
Observo con cuidado, atención, respeto y cariño a mi consultante. Esta desgastada, triste, sobre todo muy, muy amargada…miro su cara (unos 43 años), su cuerpo cansado, su falta de energía, de vitalidad. Solamente le brillan los ojos, se fortalece su voz, se “defiende”, cuando acusa incansablemente, una y otra vez a su ex esposo de ser un abusador, de burlarse de ella, de incumplir con los hijos, de abandonarla cuando ella “más lo necesitaba”…En esto llevamos un periodo de gobierno (cuatro años).
Nunca le puso la mano. Habían dimes y diretes, o sea, el abuso
psicológico queda descartado, dos hijas sanas, hermosas, buenas estudiantes. Al
momento del divorcio, ella quedo con la mayoría de los bienes, y sobre todo,
con bienes invaluables: amigos y familiares.
Dios ha sido benévolo con ella. Alta, delgada, bonita, profesional con
varias maestrías…inteligente, sin embargo, un aporte de ella ha faltado. La capacidad para perdonar.
Desde el punto de vista de él, se canso de la relación, quería salir,
no estaba cómodo. Tiene su derecho, no se puede obligar al que no quiere estar.
Para ella, esto es imperdonable.
Esta es una sensación parecida en aquellos que hemos vivido perdidas,
cambios de vivienda de un lugar a otro, de país, de estatus, de seres queridos.
Las oscuras aguas del sufrimiento humano son individuales, invisibles,
agobiantes y solo se traducen en dolor, depresión y esa cara de amargura que
nos acompaña.
Su vida ha perdido significado.
Después de haber pasado la etapa de
negación, del shock inicial, llena de miedo y sufrimiento, lucha por recuperar
el control, dejar de sentirse vulnerable, indefensa, y para esto surge el
recurso de la ira como una línea secundaria de defensa. Las personas nos
volvemos iracundas cuando no podemos vencer nuestros sentimientos de
vulnerabilidad. El hecho de mostrarnos iracundos cumple dos propósitos:
canalizar las energías hacia afuera, degradar al “enemigo”, buscar “adeptos” y
la hace sentir que ella tiene el control.
Luego entran en juego la ansiedad, la depresión. El miedo es un ladrón
que entra furtivamente en la noche, nos ataca, nos despierta. La ansiedad se
siente como un miedo no especifico. Tiene su asidero en la memoria, no viene de
afuera.
La depresión tiene un componente de miedo y ansiedad. Es un
sufrimiento, una ira dirigida contra el yo, ira mía contra mí.
Este tema de perdonar para sanarse lo seguiré abordando en el próximo
número.
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